¿Recuerdas el ‘efecto memoria’? Aquel era un mal de las baterías de níquel cio y las de níquel e hidruro metálico que sí, algún día formaron parte de los teléfonos móviles. Pero el salto a los teléfonos inteligentes o smartphone también propició la generalización de las baterías de iones de litio que, aunque no sufren de este mal, igualmente se desgastan con el tiempo. ¿Sabes cómo? Se trata, sencillamente, del producto normal de una serie de reacciones químicas.
El efecto memoria provocaba la reducción de capacidad máxima de almacenamiento de energía en las baterías al hacer cargas incompletas. Se produce una cristalización interior por el calentamiento que reduce su capacidad, bien por el uso o por ciclos de carga y descarga incompletos.
En el propio proceso de reacción electroquímica normal de una batería de iones de litio, además, se producen también reacciones químicas nanométricas secundarias, que para sus componentes internos suponen una reducida erosión en la estructura atómica. Este es el desgaste y su pérdida de capacidad progresiva, motivo por el cual su carga no debe bajar del 15% para maximizar su vida útil, y su almacenamiento por un tiempo prolongado no debería permitirse, nunca, con un nivel de carga inferior al 40%. Y el problema de este tipo de baterías está en su pérdida de eficacia a bajas temperaturas, así como cuando son elevadas, es decir, su alta sensibilidad a la temperatura.