Los conflictos bélicos vuelven a estar en el centro del tablero internacional, sobre todo tras el estallido de la guerra entre Ucrania y Rusia. Es por eso que España ha decidido adelantarse a un posible escenario de conflicto mundial con una tecnología militar que parece sacada de una película.
A tan solo 200 kilómetros de la frontera rusa, en plena base de Adazi (Letonia), con motivo de la impresora 3D de última generación, instalada en el interior de un contenedor, bajo el nombre en clave de «Prometeo». Este revolucionario sistema es muy discreto y no solo fabrica piezas a una velocidad de vértigo, sino que se ha convertido en una herramienta inesperada y clave a la hora de operar en entornos hostiles. Desde que entró en funcionamiento, Prometeo ha creado más de 150 piezas únicas para mantener en marcha los principales equipos armamentísticos.
Entre la lista de componentes que ha fabricado, se encuentran algunos que ya no existen en el mercado o que se tardaría semanas en conseguir. Ahora, el Ejército español es capaz de producirlos por sí mismo, algo que permitiría ganar autonomía y tiempo, algo que se antoja vital en una posible situación crítica.

Detrás de Prometeo está la Agrupación de Apoyo Logístico nº 11 (AALOG 11), con base en Colmenar Viejo, Madrid. No, ellos no disparan directamente, pero hacen posible que toda la maquinaria esté a punto en un hipotético escenario bélico, garantizando que drones, tanques, vehículos y sistemas de defensa estén listos para cuando la situación lo requiera. Para ello, Prometeo es muy útil a la hora de reparar piezas, y para su fabricación, emplean materiales como PLA, PETG o TPU, y diseñan cada componente al milímetro a través de software, antes de imprimirlo y probarlo. Si funciona, se archiva y se comparte con otras unidades, completando un catálogo cada vez más amplio.
Pero esta tecnología no solo está presente en la impresión 3D, sino con fabricación sustractiva, es decir, recortando y mecanizando materiales más duros, como metales, para convertirlos en piezas. El objetivo es el mismo: poder reparar y sustituir cualquier pieza sin depender de terceros.

España ha implementado esta tecnología cuando más falta hacía, en un delicado contexto en el que la situación en Europa parece no tener freno y cada vez es más probable una escalada del conflicto a nivel mundial. Hemos demostrado al mundo que una guerra no solo son armas, sino que saber mantenerlas en funcionamiento, incluso cuando todo el sistema caiga, será lo que marque la diferencia.
Las impresoras 3D han llegado pisando fuerte al ámbito militar, cambiando por completo el campo de batalla. De hecho, algunos ejércitos ya están experimentando con la impresión de drones y de componentes para vehículos blindados, por no hablar de las prótesis personalizadas para aquellos soldados heridos en combate. Es una pasada que posibilitará nuevas estrategias en el tablero.
Que una impresora 3D haya pasado de los talleres de diseño industrial a ser una pieza clave del engranaje militar revela hasta qué punto la guerra moderna ya no es solo cosa de armamento. La verdadera batalla está en la velocidad, la resiliencia y la capacidad de adaptación, y eso, en nuestros días, va de la mano de la tecnología. Si nos quedamos sin suministros, no hay de qué preocuparse, porque el futuro está en buenas manos: en nuestras propias manos y las de estos aparatos.